lunes, 11 de enero de 2010

No más

Y no dijo más.
No quería decir más.
Para que decir, hacer, ver u oír,
si no da mas que miedo, más que frío, más que paranoia.
Miró al cielo, vio las señales de los neumáticos y rasgos de tiza de rayuelas otoñales.
Le dio náuseas.
Miró al piso, y vio esas nubes blancas con violeta que revisten al desnudo del celeste.
Vomitó por completo.
Regurgitó el temblor de sus manos, la bilis atascada.
Se sintió libre, se sacó la mota de algodón amargo de su corta boca.
Lloró.
Decidió llorar, no para dar pena,
peor para desahogarse, que asco.
lloró para dejar que las aves de agua salada que anidan en su iris bailen y se apareen,
lloró para dejar que el desierto de su cutis se torne verde.
Lloró, lloró y lloró.
Miró al mar con sus zarzas espinosas, grietas de escorpiones y rosas del desierto.
Quiso gritar.
Volteó a la tierra llena de algas, almejas mordelonas y peces camuflados.
Gritó desaforadamente.
Gritó para que huyan la comezón de su cabeza y la miopía de sus cristales empañados.
Se calló.
No quiso hacer más nada.
Sólo quiere repetir este ciclo de expulsión.
Sólo, solamente quiere dormir y respirar el smog de sus rêves.

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